Qué queremos

 

En alianza con María

Estar en relación es por cierto la mayor fuente de fuerza
con la que cuenta la vida humana.
Nuestra vida en el mundo tiene un centro:
la alianza con María.
Ella nos tiende la mano,
recorre con nosotras los caminos
que nos toca atravesar por las sendas de nuestra vida.
No vivo en vano.
En alianza con María, mi persona y mi vida son útiles,
son utilizadas
para la obra de Jesucristo,
el hijo de María.
Entonces, también mi mundo
puede adquirir algo de la tonalidad de María.

Con María, vivir la libertad

Sólo quien arraiga en algún punto su vida puede ser realmente libre. Se utiliza mucho la palabra libertad es una palabra irisada, ambigua. Pero como pertenece al núcleo de nuestra condición humana, es una palabra preciosa y espera que se le dé forma en la vida. Sólo quien halla su centro interior puede participar en la plasmación del mundo. Dios no nos ha querido a los hombres como marionetas, sino como cooperadores en su plan para con el mundo.
Nuestra meta reza: “libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom 8, 21). María es una persona humana libre de esa manera.
Nuestro fundador dijo en una ocasión: “Esa ha sido siempre la idea de mi vida: ser persona humana y formar personas humanas desde dentro, en el espíritu de la auténtica libertad”.

La libertad cristiana exige decidirse desde dentro. Quien no se determina, quien no arriesga nada, quien pospone decisiones, frustra su propia libertad. Después de haber alcanzado la libertad a través de Dios, podemos abrirnos a los demás, podemos desprendernos, regalar, amar.
En la alianza con María nos tornamos capaces de tomar decisiones.
Ella nos introduce en la hondura de su relación con Dios, nos abre para que tengamos mayor disposición de escucha. Así podemos seguir la voz del Espíritu de Dios en nuestra vida cotidiana. Contemplando a María crece en nosotros el sentimiento de responsabilidad por nuestro mundo. Tomadas de su mano nos hacemos capaces de dar testimonio a través de nuestro ser.

Madre de la Iglesia hoy

Las personas maternales dan calidez y arraigo a nuestro mundo. Saben estar donde se las necesita. Crean atmósfera. La Iglesia lo necesita.
Necesita mujeres como María.

Ser maternales: ¿acaso un ideal de ayer, algo que nos hace dependientes y nos quita libertad, que impide nuestra realización personal?

Somos mujeres célibes que han elegido libremente esa forma de vida. De ese modo somos libres para ser madres para muchas personas. A partir de la vinculación con Jesucristo, nuestra preocupación está centrada en los seres humanos, tal como lo vemos en la persona de María.
Ella es de forma permanente la Madre de la Iglesia. En ella encontramos nuestro estilo de vida.

Vida en concreto

  • Vivo mi entrega a Cristo a través de mi actitud maternal frente a aquellas personas que más necesitan de nuestra ayuda: los impedidos, los enfermos, los que han sufrido heridas en su alma y los que no se sienten amados. Esta es una experiencia maravillosa de la presencia de Dios.

  • A través de mi propia vida quiero dejar a los hombres y mujeres huellas del amor de Dios, de modo que encuentren a Cristo y a María y hallen el camino de regreso a la Iglesia. He podido dar a otras personas un acceso nuevo a la Iglesia y a la fe.

  • • Veo mi apostolado por la Iglesia en la oración cotidiana por los sacerdotes y por nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas, por nuestro obispo y sus obispos auxiliares, y especialmente por nuestro Santo Padre y su equipo de colaboradores inmediatos.

  • De forma muy consciente celebro los tiempos festivos del año litúrgico en el seno de nuestra comunidad parroquial. Me manifiesto dispuesta a prestar mi colaboración allí donde se me ofrezca la posibilidad de hacerlo. Por supuesto, también participo en las fiestas de la parroquia. No raras veces, esta actitud exige coraje cuando se discuten temas delicados sobre la Iglesia y sus autoridades. También en la calle procuro introducir una y otra vez con toda naturalidad en las conversaciones las palabras “Dios” o “Iglesia”.

  • Nuestro símbolo, la mano, me recuerda siempre de nuevo la alianza de amor con María. Esta alianza debe ampliarse a todos los hombres, en especial a la Iglesia local. Considero la invitación que se me ha dirigido de colaborar en el consejo parroquial como un llamado de Dios, y me pongo a disposición, también como presidente del consejo. En las sesiones de trabajo del consejo me tomo conscientemente de la mano de María y me esfuerzo por

    • saludar personalmente a cada uno de los integrantes y tomar en serio sus afirmaciones e impulsos;

    • colocar todas las tareas de carácter organizativo en un contexto más amplio a través de una preparación y toma de consciencia espirituales;

    • mantener el contacto también en el tiempo que media entre las reuniones, especialmente en días festivos o acontecimientos importantes de las personas, de modo que pueda darse un trabajo en común en una atmósfera de confianza y con consciencia de responsabilidad.